¿La muerte que va a cambiar Medio Oriente?
- Juan Paullier
- 30 sept 2024
- 3 Min. de lectura
La escalada de Israel en Líbano no se detiene y el gobierno habla de una misión por “aire, mar y tierra”, mientras que Hezbolá dice estar preparado para una invasión terrestre.
Hoy habló el número dos de Hezbolá, pidió paciencia y dijo que la batalla iba a ser larga: “Seguiremos enfrentándonos al enemigo israelí en apoyo de Palestina y en defensa del Líbano”. Dijo que el grupo elegiría un nuevo secretario general “lo antes posible”.
Israel bombardeó el centro de Beirut, la capital del Líbano, por primera vez en casi 20 años. Los ataques hasta ahora se habían concentrado en los suburbios del sur de la ciudad.
Allí fue donde el viernes dieron un golpe histórico. En un búnker subterráneo a 20 metros de profundidad estaba el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, y otros altos dirigentes.
Israel, que logró infiltrarse un vez más en la milicia, se enteró del encuentro. Mandó los aviones. Y empezó a tirar bombas. 80, cada dos segundos caía una, sincronizadas para ir allanándole el camino a la siguiente: 80 bombas necesitó Israel para asegurarse que uno de los principales terroristas del mundo muriera.
A Hezbolá le llevó casi un día reconocer su muerte. Recién ayer su cuerpo fue sacado de los escombros. El mayor grupo armado no estatal del mundo se quedó sin su líder. Nasrallah está muerto, pero es reemplazable como cualquier otro. Pero Nasrallah, además del líder de la milicia libanesa desde hace más de 30 años, era un símbolo y el principal líder del país. Un símbolo de varias cosas en un país tan afecto al caos y a la inestabilidad. Todas las decisiones importantes en el Líbano pasaban por Nasrallah. Un país con un Estado fallido, que lleva sin sin presidente casi dos años, donde Hezbolá muchas veces hacía de Estado, y en ese sentido era, es, mucho más que un grupo armado terrorista, además de que es parte del gobierno y está presente en el Legislativo.
Hezbolá es, además, el principal brazo ejecutor y aliado de Irán en Medio Oriente. Es, de alguna manera, el fin de una era. Es mucho más significativa la muerte de Nasrallah que, por ejemplo, la muerte de Osama bin Laden. Pone a Hezbolá y a Irán, su gran benefactor y beneficiario, en una situación inédita que abre un montón de interrogantes y escenarios.
Se le puede matar al líder, se le pueden destruir los arsenales, pero, huelga decir, que no se mata el terrorismo, la ideología perdura. Se cree que alrededor del 60% de los combatientes de Hamás son huérfanos de conflictos anteriores. Entonces, ¿qué gana realmente Israel con esto?
Bueno, le pone un freno, sin duda, a Hezbolá, pero también pone a Irán, un país que aboga por la eliminación de Israel, en una situación delicada. Si no hace nada, muestra debilidad. Si hace algo, la respuesta israelí puede ser catastrófica.
Esa alianza de grupos armados de Líbano, Siria, Irak y Yemen, le servía a Irán para extender su poder y como colchón de seguridad frente a Israel. Si ya no tiene esa protección, ¿cómo va a reaccionar Irán? Israel también amplió su ofensiva contra estos grupos. Aviones de combate israelíes atacaron ayer varios sitios en Yemen vinculados a los rebeldes hutíes.
El primer ministro Benjamin Netanyahu dijo que el país estaba en el proceso de “cambiar el equilibrio de poder” en la región y prometió mantener su ofensiva en múltiples frentes. Israel casi parece estar tocándole la oreja a Irán, toreándolo, para que contraataque, sabiendo que su respuesta sería mucho más fuerte y respaldada por los estadounidenses. Por ahora, parece poco probable que se produzca un conflicto directo. Por ahora.
Los partidarios de Netanyahu hablan de un “nuevo” Medio Oriente. En la TV apareció gente brindando por la muerte de Nasrallah. Pero el cambio de fondo no está tan claro. La muerte de Nasrallah abre la puerta a un futuro en el que el Líbano no esté (tan) dominado por un grupo terrorista. Hezbolá está herido, Hamás ni que hablar, Irán está incómodo, pero hablamos de un conflicto que tiene su tiempo, de un odio enconado que ha sabido sobrevivir. Lo de estos días, lejos de destrabar el conflicto, lo acentúa. Un conflicto de siglos no se desactiva con unos bombardeos en unas semanas. Nadie sabe hacia dónde va esto. Pero hay una certeza: es difícil ser optimista.
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