La despedida
- Juan Paullier
- 6 feb
- 4 Min. de lectura
Solo un frentista contumaz puede intentar esquivar las esquirlas del bombazo en Rincón del Cerro. Especular sobre los motivos de Mujica y Topolansky para jugar con la verdad a esta altura de la vida no es deporte de alto riesgo. Es arar en tierra yerma. Es válido, sin embargo, determinar quién ejecutó una mentira de este tamaño ante la Justicia y quién fue el autor intelectual.
Que al final del camino el ser humano necesita decir(se) verdades, no es novedad. Que al borde de la muerte las personas prefieran soltar lastre tampoco. Ni es raro que el habituado a toquetear los hilos del poder maniobre hasta el último estertor. El episodio es fiel recordatorio de la orilla que medio país y el mundo entero ha preferido soslayar sobre Mujica.
Antes de ser presidente, el Comandante Facundo se implicó en muertes, secuestros y robos. Su reconversión en político habla de las segundas oportunidades que Uruguay le dio y que él en buena ley supo aprovechar. Su ascenso a figura pop mundial se alimentó de una paradoja: explotó su austeridad para convertirla en espectáculo. Extrajo influencia de una contradicción endiosada hasta la saciedad y que llevó a los periodistas a mezclar simpatías, confundir roles, y embelesarse con una perra de tres patas, un banco hecho con tapitas de Coca-Cola y unas frases con olor a baratija new age.
Dos años después de pasar más de una década preso en condiciones salvajes, Mujica compró 14 hectáreas de campo junto a su esposa. Años después se hicieron de otra decena de hectáreas. Algunos de esos predios estaban en manos tupamaras que se intentaron traspasar al Fondo Raúl Sendic, creado en 2008 para financiar emprendimientos. Ese fondo tenía como directivos a personas que, por obra y desgracia del vínculo entre Mujica y Hugo Chávez, manejaron millones de dólares en negocios entre Uruguay y Venezuela. Durante el gobierno de Mujica, el exdiputado Placeres visitó Caracas 85 veces. No se pasa mal en la capital venezolana, pero hay que ir 85 veces.
En ese entonces trabajaba como corresponsal de la BBC en Caracas. En un encuentro de Chávez con la prensa extranjera, poco después del día que Mujica, destemplado por el furioso aire acondicionado caraqueño, usó una chaqueta militar venezolana, el comandante me preguntó de dónde era. Le respondí, empezó a monologar y no paró, así que no pude preguntarle lo que quería.
“Ahhh, ¡Uruguay! ¡Artigas! ¡Con libertad no ofendo ni temo! Se enojaron con el Pepe”, me dijo mirándome y blandiendo esa Constitución azul en miniatura que tanto destrozaría. “Pobre Pepe, no tenía la culpa, hacía frío pues”.
No me acuerdo qué dijo después, pero sí que había llegado al Palacio de Miraflores para tomar el segundo café de la mañana y que me fui cuando el sol empezaba a perder sentido. Me acuerdo también de un tupamaro que tenía un restorán encaramado en las montañas de las afueras de Caracas. Los dueños mandaban cartas a la dirección del MLN, en las que advertían sobre el incipiente descalabro económico, la turbiedad de los negocios estatales y la deriva autoritaria del chavismo. Documentos que llegaron durante años a Montevideo y nunca encontraron respuesta.
Era la Venezuela de 2011. La fecha no es antojadiza porque algunos trasnochados se desayunaron hace unos meses con que la democracia llevaba años asfixiada. Lo lograron tras una interminable digestión, arduas flatulencias mentales y la bendición de papá Lula. Esta aparente digresión sirve para recordar que más que enterradas, muchas explicaciones han estado siempre delante de nosotros. Los de izquierda pasarán las fiestas con tortícolis, de tanto mirar para el costado, y atragantados por la incomodidad moral de mirar hacia dentro. A la hora de repasar legados, la realidad suele estar más cerca de los claroscuros que de las miradas fanatizadas.
De cara al próximo gobierno, el gabinete abre interrogantes en cuya respuesta yace la suerte de los próximos años. El liderazgo presidencial es una incógnita. Puede navegar con el viento de su lado o encallar el barco. Sus dotes de capitán no están a la vista y comandará una tripulación variopinta. La pregunta de los billones es cuánto aguantará Oddone los gritos para aplicar medidas tribuneras y riesgosas. El gobierno del MPP fue el más despilfarrador. ¿Aprendieron la lección? En Ganadería se ilusionan con ensanchar el Ministerio. En Industria se enojan porque Ancap no participará de un negocio privado. Los sindicatos vuelven al gobierno de la educación y el Mides será comunitario, sea lo que eso signifique. La emoción por usar nuestra plata para que el Estado la tire es parte de un ADN roto que se debe reconfigurar.
Los pasillos de la sede de la FAO en la romana Viale delle Terme di Caracalla hablan de un próximo canciller hábil para escalar posiciones y diestro en leer discursos. No parece la panacea. El principal asesor de Orsi en política internacional dice que el tema es “demasiado importante” para dejarlo en manos de los que tienen “dos apellidos, hablan cinco idiomas y se visten bien”. Really? Excusez-moi? Você fala uma língua obsoleta.
Feliz año y que 2025 nos agarre confesados. Salud.
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